Azul
En una hora específica, un día cualquiera, el ruido
bloqueado a propósito y las pocas personas que iban en dirección contraria solo
formaban parte de un fondo borroso que no podía suprimir.
Una especie de agujero negro iba succionando todo
recuerdo, no había dolor… no había sensibilidad, de alguna manera fotografiaba
pequeños cuadros que paralizaban la vista tan sólo por tener una prueba que no
estaba soñando como cada noche lo hacía por no poder conciliar unas horas de
sueño.
La madera crujía debajo de mis pies, cada pocos
segundos tomaba una bocanada de aire frío para poder seguir, más allá no se distinguía
un final … y yo seguía caminando despacio, insegura, perdida, absorta.
Ciertos ritmos me llevaban a un sitio nuevo y aleatorio
que pretendía explorar quedándome quieta, mis ojos barrían con cada detalle y
una belleza que se mantenía escondida se asomaba descaradamente y me congelaba.
Eran tiempos de guerra, batallas que parecían
infinitas y yo esperaba presenciar a la muerte inminente pero tan sólo había
llanto ahogado, cabezas bajas y tantos soldados heridos que eran pequeñas
piezas de cristal imposible de unirlas impecablemente en un todo de nuevo.
Debajo de esas tablas de maderas se extendía otro
infinito intimidante y yo seguía caminando manteniendo la vista hacia el frente
y no sentir vértigo o quizás las ganas de saltar hacia ello y perderme
adormecida.
No quería regresar y la noche abría sus fauces
mortales hacia mí pero no tenía miedo, ¡llévame! Sentía algunas miradas
curiosas que me seguían, melancólicas, y yo sentía la cara desencajada y la
mente nublada, sin saberlo siempre estuve yendo directo hacia ella, esa nada
oscura y poderosa… no seas cobarde – me repetía una y otra vez – de pronto se sentía más acogedora, sin
reproches, no había expectativas… poco a poco dormía cada sentido e iba
cayendo, suave, lánguida, rendida.
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