Un febrero común



Al tratar de encontrar una guarida que me libre del frío intenso, de miradas inquisidoras, de palabrerías sin sentido, de desmanes y de la triste televisión a la que nadie prestaba atención; decidí refugiarme en el abrigo de mil mantas sobre mi cama y sentir un calmante calor artificial que aliviaba mis ganas de tiritar.

Las lunas empañadas por el frío, los ojos rojos y tristes y el corazón vacío, aquellos síntomas se habían convertido en los más comunes las últimas semanas. En las mañanas las mismas canciones eran el fondo de todo lo que hacía en el trabajo y hasta aquel género olvidado en mi biblioteca musical se había convertido ahora en uno de mis favoritos.
La costumbre de los fines de semanas de parrandas, tomar hasta quedar inconsciente y pararse siempre en el marco de cualquier puerta a fumar un cigarrillo sólo por tener algo caliente en las manos, había quedado algo enterrada… aquellos copos blancos que enterraban la ansiedad e idiotizaban mis ganas de llorar ahogando los gritos del alma.

Es cierto, por más que traté no pude evitar caer en el mismo círculo de ingenuidad y pesadumbre a la que sé estoy condenada y encadenada de por vida… estrellas medio tímidas, lunas amarillas o blancas, estacionamientos amplios y el calor de su mano cubriendo la mía… noches de vino y whisky, el sofá que arrullaba aquel gato que me reconocía cada vez que llegaba a la casa, su manta favorita y el balcón con aquella mesa larga y fría en la que nos sentábamos a fumar aún muriéndonos de frío y viendo cómo salía niebla de nuestras bocas sin saber si era por el cigarro o el aire helado, las infinitas almohadas alrededor de la cama, nuestros labios jugando y nuestros cuerpos rozándose con cuidado y ansiedad después de días de haber estado lejos pero tan cerca…su mirada de esmeralda, eran mis lunas favoritas cada noche, los besos desesperados y cortantes de aliento, las caricias y las camisetas que siempre me escogía para dormir cómoda, las pocas horas de sueño, las risas y bobadas que decíamos antes de caer dormidos y abrazarnos para poder despertar antes del amanecer… las tazas de café cargado, su odio por la música country y las imitaciones ridículas de cantantes de reggae que me hacían delirar y ahogarme de risa, el cuarto caliente por la calefacción y por nuestro propio calor corporal, las camisas que le escogía y de nuevo el pequeño gato que fisgoneaba en el clóset, las ganas de quedarnos en cama todo el día tomados de la mano escuchando a Billy Joel… después venía la hora de vestirse y chocarse con el aire helado de la mañana recién nacida, el auto y sus lentes de sol que lo hacían ver como alguien de la televisión, su mano en mi muslo y la otra en el timón yendo por el camino que ya me había aprendido, la música que ambos nos sabíamos y era increíblemente genial que tuviéramos los mismos gustos hasta por el atún con galletas y mayonesa, los besos robados cuando el semáforo se ponía en rojo hasta llegar a aquel punto donde siempre me recogía a la noche y me dejaba a la mañana siguiente, el último beso y la sonrisa de ambos contando los minutos para nuestro próximo encuentro.

Sabíamos que cuando empieza algo, el final siempre es más cerca, aunque esta vez de adelantó… fantasmas que nunca desvanecieron en mi cabeza, ideas locas y conclusiones que no podía evitar al no tener explicación alguna. La paciencia, tengo que confesar, no es mi fuerte pero es algo que siempre me florece al estar embobada pero después de muchas semanas sabía que se convertiría en zozobra. Nunca supe porqué, evasiones y pensamientos distorsionados, minutos que nunca pudieron ser concedidos a pesar de las varias veces que fueron pedidos… besos escondidos y actuaciones a gran escala, juegos de riesgos, bromas y sonrisas que no se podían ocultar. Había leído por ahí “con qué facilidad todo se va a la mierda”, me pareció gracioso y curioso por ser tan oportuno, aunque yo diría también con qué facilidad se puede cerrar un libro que no se ha terminado de leer porque lo sientes aburrido o porque no quieres saber el final.

Cual sea la razón, ahora sólo cerraré los ojos y al amanecer iré a buscar el fin del océano con una de aquellas tazas de café en aquel salón que me ha visto fantasear en mi segunda realidad.

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