La nota perdida


A unas 50 horas aproximadamente de escribir “fin” al tercer volumen de un gran libro, hace mucho que no ponía sobre la mesa pensamientos y sentimientos, me siento abstracta… en blanco y negro pero con un fondo de colores.
Sigo queriendo todo y teniendo casi nada, haciendo nada y esperando mucho, sintiendo mucho y dando poco, puede ser el volumen más intenso vivido y escrito hasta ahora, con cosas censuradas que pudieron ser develadas y asuntos que no debieron salir de mi mente, pero que pocas personas saben ahora… se siente bien llorar y delirar, pero quizá será la última vez que pueda tener el tiempo de penar y divagar… llegará el final absoluto.

Salir de la ceguera puede ser un alivio o frustrar un poco más… personalmente me gustaba vivir en un cierto nivel de oscuridad y disfrutar de la poca inocencia que iluminaba el cuarto, pero de ésta va quedando poco y nada. Tengo miedo… aún no quiero saltar. Intento avanzar, a duras penas claro, creo que de adulta estoy recién aprendiendo a caminar, las cuerdas están sueltas y sólo es el mundo y yo… ¿con o en contra de?, no lo sé, no encontré el manual de supervivencia.

He pasado al siguiente vagón del tren, se siente incierto, más espacioso que el anterior, un poco liberal pero peligroso. Sólo hay un asiento… el mío, ningún espectador. En las paredes hay retratos… a medida que avanzo me doy cuenta que van quedando en blanco y sin etiqueta y puedo divisar el más grande al final, pero sigo perdida.
Va avanzando un poco más rápido, se siente frío pero creo que iré ambientándolo a medida que me acostumbre… ¿se supone que debe ser así?

La coraza se ha endurecido más, ya no puedo forzarme a sentir algo determinado, por más que lo sienta, pareciera que soy de piedra… ¿es esto parte del proceso?, el vértigo aún no se va, voy tambaleando de vez en cuando, siento un nudo en la garganta y me tiemblan las manos. El cerebro no me deja hacer cosas y me congelo de cierto modo que me siento impotente y ridícula.

¿Será lo mismo mañana?, cada minuto cuenta a partir de ahora, la distancia se acorta y los atajos abundarán, ¿derecha, centro o izquierda?... y yo sigo meciéndome sobre la silla, cierro los ojos y vuelvo a sentirme mareada. Prefiero pensar que todo volverá a la normalidad cuando amanezca, la luna sigue siendo la misma a pesar que tiene una vida entera girando y en cuestión de minutos yo he cambiado y me he convertido en no sé qué. No volverá la infancia perdida y sigo en mi dilema existencial, sigo parada en un punto que va desvaneciéndose, espero encontrar lo que he ido buscando… sé que el día marcado en el calendario llegará.

Prohibida coherencia



Hoy decidí no sentir, hoy decidí no escuchar ni ser… hoy simplemente me dejé llevar y mi subconsciente hacía mover mis pies para llevarme al sitio que por inercia y rutina debía llegar.
Reconozco algunas caras y sonrío sin darme cuenta, esas palabras se me hacen conocidas pero no soy capaz de continuar lo que sigue.

Vi caras, oí risas, di pasos, probé dulce y sal. Mi corazón dio un vuelco cuando aquel recuerdo inerte cobró vida y dirigió un par de oraciones hacia mí. Mi sueño frustrado tan temprano no causó buen impacto en mi humor, la idea de yacer en la oscuridad brillaba con más fuerza por el mismo hecho de que se me era negado… oh aquellas noches…

Odio cuando interrumpen el camino de mis pensamientos, la corazonada de perder se hizo realidad, no estoy sorprendida la verdad, aunque no pierdo las esperanzas de que el mundo me conozca… mi perfil será bajo sin embargo. Nunca me gustó tener más de una mirada sobre mí… aunque aquellos ojos eran la excepción a la regla.

Es la primera vez que dejo desfilar pensamientos rondantes sin mucha coherencia, la verdad, no me siento muy cuerda esta noche y me encanta la sensación. Estoy adormecida de dolor, angustia, presión y alcohol… el reloj avanza pero este instante está paralizado, lo que me lleva a cuestionar la relatividad del tiempo con respecto a la subjetividad del ser viviente.
Ahora sólo quisiera escuchar armonías sin voces, algo suave, que me haga sentir, que me haga vibrar, que me haga dormir…

Siento la increíble sensación de ver mis dedos moverse a la velocidad de un rayo y yo tan sólo veo la transformación de ese movimiento en letras, en frases, mis sentimientos plasmados que tenían buen tiempo sin ver la luz. ¿Saben algo? Lo prefiero así… no necesito de gran audiencia, prefiero seguir con bajo perfil, ser mi autolector y mi autocrítico.
La peor parte había pasado, o al menos eso creo, pienso en tener retiro espiritual o dejar vivir a mi razón. Lo único malo es que la conciencia no me dará free pass al libertinaje en que alguna vez deseo caer.

Ojos entrecerrados, corazón desconcertado, pensamientos caóticos y distracciones entrometidas. Me rehúso a conocer mañana, me niego a despertar, quiero volar y tapar el sol con un dedo… es posible y lo comprobé. Según mi reloj el día se acabo, según mi mente estoy estancada en este vértigo… viajé por el tiempo durante unas horas y me dio nostalgia, creo que lo mejor será sumirme en la oscuridad y dejar que todo siga dando vueltas hasta adormecerme… es bueno estar anestesiado, es bueno vivir en mi realidad.

Es de noche y empiezo a soñar

-Eso nunca cambió, tan sólo tenía miedo…

Tenía las manos heladas, no sé por qué en esta habitación hace más frío que un congelador, vaya primavera, sabía que seguiría congelándome con ganas hasta diciembre y si por mi fuera, desearía un eterno invierno…
…Lo malo de aquellas noches en las que no había deberes pendientes parpadeándome en la frente, era mi vulnerabilidad de poner algo soft en el reproductor de música y divagar entre memorias y alucinaciones…

Recuerdo esa mañana, tenía una migraña de aquellas en la que el palpitar del corazón se multiplica por mil en la cabeza y no deja pensar, había olvidado en el cajón la medicina que me calmaba en menos de un minuto así que, como decía mi madre, decidí “aguantar como macho”, al menos hasta que llegara a una farmacia cercana. Por supuesto que la sorpresa seguía en pie y nadie sabía de mi llegada inesperada.

- Miedo, cobardía, qué más da, yo siempre pensé que… - me tragué el final de la frase por temor a una culpabilidad a posteriori y dando un respingo evité su mirada.

Es extraño que yo diga esto, pero aquel día de primavera era particularmente magnífico, cielo brillante, sin nubes, un sol en todo su esplendor pero que no quemaba, suerte de estar cerca al mar pues la brisa hacía buen trabajo como ventilador gigante, por lo que podía caminar sin quejarme durante horas y sin la molestia de terminar empapada de sudor.
Colgado en el hombro tenía un bolso cómodo y lo suficientemente espacioso como para tener lo necesario, vamos serían tan sólo un par de días y había dejado dicho que pasaría el fin de semana en casa de una amiga, (la cual había sido programada por mí días antes para no contestar llamadas de mi casa) y no haciendo un viaje de cinco horas para satisfacer un capricho mío. Tenía el presentimiento que no debía ponerme tacones, así que las sandalias iban bien y el vestido blanco que parecía chorrearse por mi cuerpo, me daban la apariencia de esas muchachas que salen en publicidades de verano con lentes de sol promocionando lo caro de las prendas de temporada.

… poniendo un gesto serio, de esos que desmantelaban cualquier mentira, me miró por unos minutos. - ¿Qué es lo que realmente estás pensando?

Calculé que había pasado como veinte minutos caminando después de haber bajado del bus, la ruta la conocía más que de memoria, durante las semanas previas a mi aventurita había mentalizado el recorrido exacto, el tiempo promedio, los gestos y el discurso que lo acompañaría.
Treinta, cuarenta y cinco minutos, una hora…estaba cerca. Como fugitiva tendía a mirar hacia atrás cerciorándome que nadie conocido andaba por ahí y tendría el infortunio de verme y fregarme el plan.
La verdad no le veía el asunto al misterio mío de hacerme la súper famosa y esconderme de los paparazzi, quizá para ponerle un poquito más de emoción.

Dos cuadras más… ya podía ver el edificio hacerse más grande y majestuoso… ¡demonios!, el corazón ya empezaba a hacer de las suyas, mis manos se ponían frías, sentía eso de que se hundía el pecho, dolor de barriga y las ganas de retroceder y regresar por donde vine…
Se sentía el ambiente de cambio de estación, las calles estaban más atestadas de gente que quería pasar una mañana en la playa, de papás con sus hijos yendo de pesca, muchachas presumiendo ropas caras y cabellos recién pintados, heladerías que abrían desde temprano con gente formando cola y las tiendas de descuento mostrando trajes de surf y bikinis en las vitrinas… ¡vaya! Felizmente que no debía cruzar ninguna pista, había un tráfico endemoniado y los semáforos se hacían eternos.

- Nada, nada… no trates de hacerte el lector de mentes y gestos, ni de psicoanalista…

Y ahí estaba yo, hecha una idiota, parada delante de la puerta principal y hecha un nudo desde el cuello hasta los pies… - ¡estúpida! ¿A qué vienes?, sabes lo que dirá, sabes el cuento que te contará, ¡masoquista del quinto infierno! – es un poco difícil discutir con tu consciencia cuando ésta no te puede responder, pero bueno estaba ya allí, ahora o nunca…
Las puertas se deslizaron ni bien toqué el tapete delante de ésta, estaban impecables. Era la segunda vez que entraba en ese lugar, se me hacia extraño y familiar al mismo tiempo y el problema ahora sería ubicarme dentro de ese laberinto, sólo esperaba no verme más ridícula de lo que probablemente ya me veía…o al menos así me imaginaba.

- Buenos días señorita, ¿la puedo ayudar en algo? – no me había percatado del alto hombre que se había acercado, vestía elegantemente, tenía un sonrisa de esas que sólo son posibles con un buen dentista y blanqueamiento obligado, tenía un gesto divertido, pensé que sin darme cuenta y por estar batallando internamente con mi pensamiento, habría parecido yo como la nueva alumna en un colegio, totalmente perdida y sin saber a dónde ir.

- Eh… sí, creo que sí… me preguntaba si… bueno en realidad busco a alguien.

- Sería un placer ayudarla si me dijera a quien desea encontrar. - ¡si seré de idiota! Obvio que tendría que haberle dicho el nombre, ¿en qué pensaba? ¿Qué me leería la mente?

- Sí claro… perdóneme es que tuve un viaje largo y estoy algo desorientada, quería saber si el señor De La Cruz seguía trabajando aquí. – trataba de mil maneras que mi voz sonara casual y no empezara a temblar.

- Efectivamente, el señor De La Cruz sigue laborando aquí, ¿tiene usted cita con él?, si es así por favor le agradecería me dijera su nombre y revisar en la agenda para avisarle que usted está aquí. – lo único que me faltaba, ahora debía sacar cita para hablar con el señor para que me atendiera… ¿desde cuándo se volvió importante?

- Oh… bueno la verdad no tengo cita con él, como le dije recién llego de un viaje muy largo y pues quería visitarlo y darle la sorpresa. Nos conocemos desde niños ¿sabe?, y nuestras familias eran muy amigas, hace algún tiempo nos alejamos por trabajo y no fue una separación muy agradable, así que he dejado por estos días algunos pendientes sólo para verlo y aclarar algunas cosas… sería una lástima que me negara la oportunidad de verlo y que mi viaje haya sido en vano…
- Ya veo… sí, entiendo lo que me dice, también pasé por algo similar con un gran amigo…- el hombre empezó a divagar también en memorias y yo trataba de fingir cara de interés que claramente no sentía… oh por Dios del cielo, tiene que haberse creído semejante mentira.

- Eh, disculpe caballero, no quisiera interrumpirlo pero es que no me queda mucho tiempo aquí y mi vuelo de regreso sale en unas horas. ¿Sería tan gentil de indicarme dónde podría ubicarlo sin avisarle?, quisiera que sea una sorpresa… - y vaya sorpresa que se llevaría…

Al parecer mi teatrito había sido convincente, seguí a aquel elegante hombre por un hall, había mucha gente transitando a prisa y trataba de apurar el paso para no perderme, intentaba recordar el camino para mi regreso, pero al final no iba a ser necesario.
Subimos por el ascensor hasta el segundo piso y me guió por un largo pasadizo alfombrado, volteamos a la izquierda y la puerta de una oficina grande que se bifurcaba al final estaba abierta. – Es la segunda puerta a la derecha. Que tenga un buen día.

Estuve inmovilizada en esa puerta por unos segundos que los sentí como horas, había olvidado por completo el discurso que tanto había practicado y ya no me acordaba como eran los gestos que debía hacer para lucir desenfadada y casual. Respiré hondo y hacía un esfuerzo sobre humano para que no me temblaran las rodillas… ¿por qué me sentía así ahora?, no iba a entrevistarme con el presidente… pero se sentía como dirigirse a un abismo.
Me acerqué despacio, bendita premonición de hacerme llevar sandalias y de que el piso estuviera alfombrado. Pude divisar la puerta y estaba casi totalmente abierta, inhalé con fuerza dos veces más, como hiperventilando y traté de relajar los músculos.
Ahí estaba él, no se había cerciorado de mi llegada pues seguía con la nariz hundida entre un montón de papeles y firmándolos en todas las direcciones haciéndolo ver como un robot o algo parecido, ahora usaba lentes y estaba bien vestido, parecía realmente concentrado y por un momento me sentí culpable de interrumpirlo y quise darme la vuelta y escapar pero había algo en mis pies que los plantaba bien al suelo y evitaba que saliera corriendo.

- Bien decía yo que los lentes hacen lucir más intelectual… y el terno te hace ver como todo un profesional.
Inmediatamente él alzó la mirada para ver quién había osado a interrumpir horarios de oficina, pero tan pronto como me reconoció soltó el bolígrafo que tenía entre los dedos y abrió los ojos como platos.

- ¡Dios mío! ¡pero qué haces aquí!- vaya que se sentía asombro genuino en su voz y esbozó una sonrisa que denotaba estupor y alegría al mismo tiempo, parecía que nos hubiéramos visto ayer, no había cambiado nada a pesar que llevaba el cabello un poco más largo que de costumbre, pero que no le sentaba para nada mal y ahora tenía ojeras que deducía podrían ser producto de horas extras o jefes abusivos.
- Pues nada, mentí en casa que me quedaba en casa de una amiga, tomé el bus y vine a verte. Sentía unas ganas de reír de mi propia explicación; sonaba como a broma y sarcasmo pero no era más que la gran y pura verdad.

- Por lo visto el sarcasmo sigue siendo lo tuyo, ¿nuevo corte?... en serio que no esperaba esto… yo… es decir… ¿almorzaste ya? – se quedó callado esperando mi respuesta aún con la sonrisa dibujada en el rostro y noté que las mejillas se tornaron un rosa que era familiar para mí.

- Eh… no, no he almorzado, la verdad que llegué hace un par de horas y vine de frente para acá, pero no te preocupes puedo esperar, no quiero interrumpir, yo…

- ¡Listo! Dame un segundo para apilar todos estos papeles aburridos, apago el ordenador y salimos de aquí.

Me quedé parada con el bolso colgando, las piernas me dejaron de temblar pero las manos seguían frías y las sentía torpes. Muy ágil recogió el desmán que tenía encima del escritorio y lo arrinconó, recogía sus cosas, se puso el saco, guardó los lentes y me dirigió hacia la puerta y la cerró cuando salimos.

- Escapémonos por el otro ascensor, no quiero que se den cuenta de la hora que salgo y empiecen a llamarme.
¿Escapar?, ¿Y en qué momento esto se convirtió en una película de persecución y fugitivos? Tan sólo me digné a seguirlo, apretando el paso porque parecía que anduviéramos corriendo en maratón.
Llegamos a un ascensor que consideré estaba muy escondido como para un caso de emergencia… ¿consideraría él la hora de almuerzo y una visita inesperada como una “emergencia”?
Al abrirse las puertas del elevador, dimos con una habitación muy fría, parecía un depósito o un almacén, no se escuchaba a nadie alrededor y nos dirigimos a lo que pensé sería la puerta trasera del edificio. La sensación refrescante del aire acondicionado se acabó y volví a sentir la humedad de la brisa chocando mi cara y enredando mi cabello recién retocado.

Cruzamos la pista y caminamos una cuadra para llegar al garaje, muy caballero él me abrió la puerta y esperó a que subiera, se sentó en el asiento del conductor y se colocó unos lentes de sol que lo hacían ver como algún famoso, o al menos, así lo veía yo.
Condujo cerca de 15 minutos, pensaba que a ese paso llegaríamos para la cena o ¿es que pretendía almorzar fuera de la ciudad?, no lo culpaba porque el tráfico había empeorado desde la mañana y era frustrante tratar de avanzar.
Me preguntó cuál fue el motivo de mi llegada sin aviso previo y sólo le dije “¿ahora tengo que avisar cuando visitar a un viejo amigo?”. Sonrío complacido por mi respuesta, soltó una carcajada sonora y me dio una palmada en la pierna, me quedé un poco desencajada con esa reacción y no estaba segura si debía decir algo, mostrar incomodidad (que sería falsa) o simplemente dejarlo ahí.

Después de unas cuantas vueltas más llegamos a un sitio que parecía un parque con un inmenso castillo en el centro. –Este sitio te va a encantar- dijo con una sonrisa pícara como quien la sorprendida al final de la historia sería yo y él hubiera planificado la trampa.

Aparcó el auto en la azotea y bajamos al restaurante por el elevador, el segundo siguiente fue algo estupendo: bien adivinó que quedaría encantada con el lugar. El techo parecía llegar hasta la luna, las luces simulaban flotar por todo el lugar, el piso alfombrado de color rojo le daba más elegancia, las mesas de roble macizo y bien adornadas, todos vestían casi elegantes y yo con un vestido de playa y sandalias, sentía que desentonaba en aquel lugar, la música de fondo era instrumental pero podía reconocer varias piezas de mi colección favorita, habían columnas gruesas como de catedrales que separaban varios ambientes y tenía cogiendo del brazo a mi propio famoso. -¡Éste sí que es un palacio!, pensé que sería un almuerzo simple, no te pedí tanto…
-A decir verdad tenía ganas de venir aquí hace tiempo pero no tenía la compañía perfecta y aquí estás bajada del cielo, o debería decir, bajada del bus.

Nos indicaron una mesa desocupada, examinamos el menú y ordenamos. Los nombres de los platos se veían raros en ese idioma pero gentiles fueron de poner una traducción en español de lo que era cada uno.
Durante la siguiente hora nos pusimos al día de lo que habíamos hecho en los últimos cuatro años, que había sido de nuestros amigos, el trabajo. Aparentemente él había sido ascendido y le habían dado una oficina propia pero se le duplicó la cantidad de trabajo y disminuyeron las horas de sueño lo que explicaba las ojeras y confirmaba mi suposición.

-Escucha- se puso serio por un segundo y continuó- estoy atestado de trabajo estos días y más aún los fines de semana…
-Perdóname, creo que debí llamarte antes, pero yo sólo quería…
-Déjame terminar-me interrumpió con una sonrisa de esas que aún tenían ese extraño efecto en mí- tengo mucho trabajo estos días, sin embargo me gustaría conversar contigo. Dices que te quedarás hasta mañana así que no veo otro momento para platicar, quisiera aclarar unas cosas pero no aquí, terminemos y te llevaré a un sitio mejor que éste y más calmado.

Quedé un tanto intrigada debo confesar, mi viaje precisamente no era sólo para pasar y decir hola, en verdad necesitaba decirle unas cosas pero se me adelantó y ya no tenía más apetito. Sólo sentía un gran hoyo en el estómago, nada parecido a las mariposas de siempre… era algo como “malas noticias se asoman”.
Nos dirigimos al estacionamiento de nuevo y manejaba por un camino opuesto al que habíamos tomado para llegar al palacio. La verdad no pude mencionar palabra alguna y mientras más pasaba el tiempo, más nos acercábamos al sitio y empecé a sentir mareos, me miraba de reojo de vez en cuando y me preguntaba si estaba bien, sonando un poco preocupado como si en cualquier momento fuera yo a vomitar sobre su auto nuevo. –Estoy bien descuida, quizás es el cansancio del viaje, no es nada…

- Ok, hemos llegado, vamos caminando un rato y luego diremos lo que tengamos que decirnos.
Aparcó el auto de nuevo, miré el reloj y eran las cuatro de la tarde y un poco más… la brisa se sentía más fresca y era obvio porque me había llevado a la playa, una que conocía bien y que había dejado de ir hace mucho pues me había mudado para la ciudad, pero me alivianó los malos presentimientos y la incertidumbre.
Después de una caminata de 15 minutos, con los pies mojados por el mar, nos dirigíamos al muelle que, para mi sorpresa, había sido remodelado en su gran parte y de no haber vivido ahí por varios años, hubiera pensado que estaba recién construido. Las maderas fueron cambiadas y la baranda parecía más resistente, ya no tenía el temor de mirar a la plataforma y ver el mar a través de unas cuantas tablas rotas que me provocaban vértigo.

Llegamos hasta el final del muelle, eso era lo único que no había cambiado mucho, había una parte después de la caseta donde las barandas terminaban y la punta era abierta y yo solía sentarme con papá de pequeña. –Y bien, ¿empiezas tú o yo?-fue lo primero que dije después de varios minutos en silencio.
-Iré yo primero-quitó la mirada de mi rostro y la dirigió al mar que se extendía al infinito frente a nuestros ojos. –Siento no haberte contestado la última carta y algo me dice que tu viaje no fue sólo para conocer mi nueva oficina, ¿cierto?
-Pues sí, tienes razón, quería verte, necesitaba verte… tenía muchas cosas en la cabeza revoloteando desde esa última vez, dudas, remordimientos, miedo… pero continúa, aún es tu turno…
-La verdad que no eres la única que sintió todo eso, cuando me confirmaste lo de la transferencia de tu nuevo trabajo a la ciudad y lo de la mudanza definitiva, fue algo esperado pero inesperado, me explico, tú y yo sabíamos que podían darte ese puesto ¿verdad? y sí, siempre me insististe en conversar de aquello, pero yo sólo evadía el tema y sabía cómo hacerlo, no pienses que era un inconsciente, insensible o que no me importaba, sabía lo que estaba pasando y perdóname si sueno egoísta al decirte esto pero tenía la esperanza de que no recibieras esa llamada y así evitaríamos lo que para suerte tuya o infortunio mío, terminó sucediendo.
-Fer, yo tampoco quería irme, tenía todo aquí, mis padres, mis amigos, a ti… luchaba cada segundo que estaba contigo por no hablar de eso pero no lo sé, mis ganas de no aferrarme más a ti de repente hizo que esa posibilidad se volviera en obstáculo y tú siempre te negabas a escuchar, me enloquecía tu indiferencia, sentía que no me querías más y esa mañana cuando contesté esa llamada, pensé entonces que no tenía sentido andar en círculos contigo y no llegar a ningún lado y que marcharme era lo que debía hacer… yo te amaba, eras todo lo que tenía en la cabeza día y noche, no hacía más que contar las horas para estar contigo y encontrarme en tus brazos… pero siempre dudé si tú…

-Pero siempre dudaste de mí, de si lo que sentía por ti había cambiado, ¿verdad?
-Sí.
-Eso nunca cambió cariño, tan sólo tenía miedo…
¿Miedo dices?, miedo, cobardía, qué más da, yo siempre pensé que… - me tragué el final de mi frase por temor a una culpabilidad a posteriori y dando un respingo evité su mirada. Traté de no llorar y sentía como los ojos se me nublaban por las lágrimas y respiré hondo pretendiendo retomar la cordura que se había esfumado ya… él colocó sus dedos sobre mi mentón y volteó mi cara obligándome a mirarlo de nuevo, poniendo un gesto serio, de esos que desmantelaban cualquier mentira, me miró por unos minutos. - ¿Qué es lo que realmente estás pensando? –su voz tenía un cierto tono de dulzura que no sabía si era cierta o la fingía para que yo me calmara y volviera a hablar.
- Nada, nada… no trates de hacerte el lector de mentes y gestos, ni de psicoanalista…- no soportaba cuando él escrudiñaba mi rostro tratando de descifrar lo que estaba pensando.
- Cariño, no quiero leerte la mente, sé lo que estás pensando, precisamente quise decirte que nunca cambió lo que siento por ti… fue una idiotez evitar el asunto, nunca quise que te alejaras y pensé que si actuaba con desinterés sería más fácil para ti marcharte, sería menos doloroso… perdóname… pero hay algo más que quisiera decirte… -sus mejillas se tornaron un rosa más intenso, pero no de alegría sino de bochorno, ¿qué pretendía ahora?- Te escucho – le dije con voz seca y ahora era yo la indiferente.
- ¿Te casarías conmigo? – sus hermosos ojos marrones se iluminaron con el sol que se ocultaba y pude ver como aguantaba las lágrimas.

Lo malo de aquellas noches en las que no había deberes pendientes parpadeándome en la frente, era mi vulnerabilidad de poner algo soft en el reproductor de música y divagar entre memorias y alucinaciones… sin duda, ésta era una de aquellas tantas fantasías que me llevaban a completar la verdadera historia, cada vez inventaba un final diferente, lástima que imaginando será el único modo de tener una historia con final feliz.

Caminata en reversa



Siempre había escuchado eso de: “recordar es volver a vivir”, pero últimamente he llegado a pensar que algunos recuerdos se encuentran mejor en ese baúl de la memoria donde están bien archivados… tener esa sensación de chocar contra una muralla que te noquea y empiezas a divagar en días, horas, estaciones o lugares que de pronto, se convierten en una pasarela de imágenes veloces cual estrellas fugaces y te arrastran hasta el limbo, un vacío que te deja perplejo y con muchas sensaciones juntas a las que aún no se les inventa un nombre.

He sentido ganas de dejar todo y volver a empezar, otras, de terminar lo empezado e ir sabe Dios dónde… de desaparecer de aquí y aparecer más allá, de buscar razones para no correr o de correr sin razón alguna, de componer una canción en cinco minutos que resuma una vida entera, de mirar el cielo y creer que no está tan lejos como pensaba, de sonreír sin remembranzas que me hicieran llorar luego, he querido salir a caminar por las calles pero sin encontrar una sola alma por las veredas, de pretender que estoy en un sitio donde nadie me conoce y no entienda cuando hable, he tenido ganas de desempolvar mis viejos álbumes de fotos y como quien abre un regalo de cumpleaños, no saber que encontraría…

Me olvidaba de los acordes básicos que aprendí hace unos años, maldito tiempo que me alejaba de aquello que me obsesionó de niña, hace poco me encontré con alguien con quien solía juntarme los fines de semana para jugar cosas muy de niñas, obsesionadas con muñecas que parecían modelos en miniaturas… mientras sonreía de fachada, por dentro me decía ¿Cuándo dejé de tener ocho?... hace semanas volví a cumplir trece años y el buen momento se esfumó cuando regresé a casa y crecí de nuevo… hoy vi el rostro de mi madre y me sorprendió darme cuenta que su semblante no era el mismo de hace diez años… mi padre estaba entusiasmado por celebrar sus cincuenta años y me petrifiqué al dibujar ese número en mi cabeza, temprano me quejaba de volver a clases el lunes y luego hablaba con mamá de mis compañeros del jardín de niños, me asustaba la idea de que pronto me graduaría y que ahora, en lugar de ponerme histérica por profesores complicados, me esperaría un jefe amargado, recordé mi graduación del colegio usando toga y birrete, dando mi discurso delante de mis amigos y profesores y sintiéndome a morir porque mi padre no estuvo para verme por resentimientos que prefiero no detallar, pero con la ilusión de que iría a la graduación de la universidad, sentí un nudo en el pecho con la idea de que podría irme de casa por más tiempo que la primera vez, me acordé de haber saboreado la independencia unos meses y caer en la cuenta que no era tan malo como pensaba, veo la cara de mi hermano y ya no es el pequeño bebé que tenía en mis brazos y al que me gustaba abrazar como un pequeño juguetito que tenía vida, aún agradezco a Dios porque mis cuatro abuelos siguen conmigo y es cierto que los años no pasan en vano, diapositivas de fotos desfilan por el monitor y apenas puedo reconocer mi cara, no puedo evitar tener ese dolor en la garganta cuando tienes ganas de llorar pero lo aguantas…

Si recordar a veces no resulta tan placentero, ¿qué se supone que debo hacer?... sí, sí “mantén tu mente ocupada”, teoría que sólo es válida temporalmente, diría que resulta imposible controlar los pensamientos por más de unas cuantas horas, concentrarme en el presente… bueno eso lo veo un poco absurdo tomando en cuenta que el presente es como un punto en una recta de tiempo… ¿proyectarme?, imagino el futuro pero son conjeturas, nadie sabe qué pasará y prefiero no convertirme en arquitecta y crear un mundo del que no tenga la seguridad que seguirá así cuando esos días lleguen… si es que llegan…

En fin, una que otra vez me gusta subir hasta la estratósfera y dejarme llevar… lejos de voces raras, culpas, reclamos y compromisos que no me dan la gana cumplir, he descubierto el portal a la habitación del silencio y del tiempo ilimitado, este clima ayuda y me ha interesado la experiencia de vivir un año en invierno, me abrigan algunos chistes sin gracia, aromas impregnados, lágrimas profetizas y abrazos que recreo antes de dormir, aún tengo la manta que por ahí un aventurero me regaló en mi último cumpleaños y que pensaba devolvérsela pero hice bien en conservarla al final, aún reposa en mi cama el pequeño oso con la tarjeta enganchada en su oreja, lo miro y me acuerdo de aquellos…

Dije un adiós sin rencor y preferí encapsular un laberinto de palabras y sentimientos donde nadie los pueda encontrar, acabé un pequeño libro al que no le pondré titulo pero que tiene un agradecimiento sincero y lacónico… después de muchos años escuché a un hombre a punto llorar mientras me hablaba y esa situación me sigue pareciendo extraña e incómoda, tengo miedo de no tener hijos y de ver a mis padres envejecer y morir, miedo de volver al empleo de ser adulta pero esta vez por tiempo completo e indefinido, miedo de que las cosas no salgan como yo quiero, de que algún día revise mi lista de “cosas por hacer en mi vida” y hayan cuadros sin marcar, quiero volver a querer y que sea para siempre, bueno un “para siempre” dentro de la temporalidad de mi ser limitado, quiero comprar una casa de campo donde pueda vivir lejos del ruido, escuchando la lluvia golpear las ventanas… aunque no creo que eso ayude con la fobia que le tengo a las tormentas, quiero que mis padres escojan un sitio al que quisieran ir y regalarles el viaje para decirles “gracias por todo lo que hicieron por mi y perdónenme por las rabietas y las lagrimas que les causé”…

Al final creo que todo se trata de un balance mental y el ser estable para manejar la dirección de las memorias conectadas a las emociones, ser consciente que hay cosas que merecen ser olvidadas y otras que de vez en cuando te tocan el hombro y te recuerdan terminar lo que empezaste. Entierra lo que está muerto y desempolva lo que es parte de tu esencia, de situaciones complejas o dolorosas, selecciona lo mejor y úsalo en situaciones de emergencia cuando no haya alguien a tu costado, mira lo malo y agrégalo en tu colección de “cosas que no volveré hacer o decir”. Aún tengo miedo de recordar pero me doy cuenta que lo haré de todas maneras, no estoy segura cuántas risas y llantos me quedan en el almacén, pero me gusta que sea así… qué más da, ya estoy aquí y ojalá no me equivoque en decir que mi viaje recién empieza.

Oda a la Luna desde las nubes



Sobre las nubes a través de la pequeña ventana podía vislumbrar la Luna traviesa que jugaba a ser mi compañera de viaje...

Tan cerca ella, me provocaba sensaciones, me tentaba a sacar una mano y capturarla al fin como si fuera lo más natural, tomando un café de esos que me traían memorias de amaneceres fríos, sin mucha azúcar como me los solía preparar, me abrigaba el pecho y hacia extrañar las ojeras de costumbre cuando la alarma del teléfono me enervaba al irrumpir mi sueño...


Por fin la tenía frente a mí, me sonreía como porfiando a mis ganas de conquistarla, aunque esta noche en particular sabía que estaba triste pues solo flotaba... Ninguno de aquellos falsos diamantes revoloteando sin rumbo... ninguna manta de
vapor tratando de abrigarla pues ella estaría de acuerdo que era una noche fría... de hecho ella era como yo, y en el momento que su soledad me hacia compadecer y me incitaba a ser su compañera, una pequeña presión y un giro me indicaba que la perdía de vista... fue
entonces cuando me di cuenta que nunca estuvo completa, le faltaba un pedazo de alma para brillar y ser plena, yo era ese pedazo... ahora entiendo por qué no sonreía... por eso me perseguía tan empedernida todo el tiempo.


Las nubes empezaron a ascender y empañaba la claridad de mi descubrimiento... Adiós alma mía pero prometo verte en la siguiente
constelación... Esta fue mi oda a la Luna…

Vacío en el camarote

La primera frase que escuché antes de comenzar a escribir fue: “cuando entienda a dónde voy…”, y es que he estado tratando de descifrar cuál es el rumbo final de mi destino, pero nada parece asomarse con alguna pequeña pista y esclarezca mi visión.
Las semanas últimas me encontré con sueños que entrecortaban el reposo, imágenes vagas pero nítidas a la vez, rostros, lugares, aromas, sonidos, colores y voces… en el cementerio de mi memoria trataba de recoger algunas remembranzas fallecidas hacia algunos meses, pero sólo obtenía apariciones muy efímeras, sin embargo, existía la incidencia de un par de fantasmas a los que siempre llegaba a ver con más claridad.

Sentía que era ya una eternidad, quizás la pena es la que alarga las horas y hace de un mes equivalente a 50 años, exagerado o no pero así lo veo, no quiero caer en la redundancia de hablar de ti y del paraíso al que fui a parar cogidos de la mano porque es un cuento que últimamente me lo reservo para cuando siento que estoy a punto de abandonarme entre almohadas y sábanas; infantil, cursi o cualquier adjetivo que le quieras adjuntar, pero idiotizándome con esas memorias íntimas y sentidas llego a consolar el sueño que me ha sido arrebatado estos días y hasta me he encontrado soñando despierta recordando cada palabra dicha… ¿lo ves?, ya empezaba a extenderme de nuevo con sólo escribir tu nombre en mi mente.

Había un aroma que pude encasillar en unos pomos y me da temor abrirlos, pues parecen almas cautivas esperando escapar y regresar a donde pertenecen, pero en serio las mantendré conmigo hasta que la añoranza venza mi esfuerzo anti humano de permanecer lejos de ellos. Cometí una imprudencia, o no sé cómo decirlo, era una sensación de esas cuando tienes duda de hacer algo porque no sabes si estará bien o mal y cuando por fin te arriesgas como todo temerario y no salió como lo pensaste tan sólo una frase retumba en tu cabeza: ¡la jodí!

Anoche tuve un sueño, de los más raros que he tenido, situaciones realmente ridículas pero que tenían sentido a la vez, me sentía perdida y avergonzada, como desnuda, entre gritos y lágrimas quería despertar pero no podía y toda esa estupidez me llevaba a un solo punto, ¡maldita sea! Es como verte a ti mismo siendo absorbido por una corriente voraz y no poder hacer nada, me siento atada de emociones, no soy yo ahora aunque veo mi reflejo en el espejo y parece ser que sigo siendo la misma persona… susceptible y radical, así podría definirme ahora, un poco más fresca y no me importa más la paranoia de sentir que miles de ojos están sobre mí esperando el error más insignificante a cometer, ya no me conozco, ¿volverme insensible o ignorar?, las dos cosas me suenan a sinónimos… y para completar el cuadro, con un te extraño quieren amilanar mi indignación y así el culpable condonar su culpa.

Acababa de ver una maleta por mi armario y sentía como la adrenalina aumentaba la velocidad de mis latidos y me impulsaba a coger un par de cosas indispensables y poder escapar sin rumbo quizás… pero libre al fin, escuchaba que aunque te rompas en miles de pedazos se puede ver la belleza en ese caer… me sonaba patéticamente despiadado pero increíblemente cierto al final, es como estar en trance y alguien te despierta de una bofetada, tal vez eso necesitaba… que alguien me despierte y expulse el alma intrusa en mi cuerpo.
Dando una breve releída, parece que he vuelto a mi antiguo estilo de escribir sin mucho sentido, o como algunos me decían “con algún mensaje oculto”, lo cierto es que nunca tengo alguna trama escondida, todo lo contrario, cada cosa que siento o pienso en ese segundo termina en el papel, ahora que si no tiene sentido… ¿pues quién dijo que soy descifrable o que mis sentimientos deben tener un orden o ser lógicos como la matemática?
A mis pocos años de escribir pero con mis tantos años de haber sobrevivido, no lo hago por ser una profesión y por tanto debo encerrarme en ciertos parámetros, sino que es el yoga de mi espíritu, al no haber nadie que piense ni nadie que me entienda mejor que yo, pues esto es lo que hago. Me acordaba de algunos que compartían mi locura y de otros que sobrepasaban ese nivel y el que lea esto sabrá a quién me refiero… escucho gotas de lluvia y puedo oler la tierra mojada, me pongo a analizar que las nubes que están llorando no son iguales, no tienen la misma forma aunque las lágrimas de todas ellas sean como hermanas y terminen perdidas al tocar el suelo, pensaba que así son mis memorias… disparejas como aquellas nubes, sobrecargadas después de un tiempo y que necesitan un alivio llorando gotas en forma de palabras y ya al alba puedo sonreír con el rocío que quedó de la noche tormentosa…

Espero algún día descubrir por qué sueño tanto, que los rostros fugaces se detengan y me digan lo que me quieran decir, que nunca deje de llover, que viva más para seguir escribiendo, que tenga más tiempo de tocar guitarra, que mis lágrimas no se acaben, que encuentre un loco a mi medida, que sea una insensible de fachada pero empedernidamente romántica y dramática de corazón, que me vuelva a enamorar, que no deje de reír... deseo… anhelo… espero…

Un febrero común



Al tratar de encontrar una guarida que me libre del frío intenso, de miradas inquisidoras, de palabrerías sin sentido, de desmanes y de la triste televisión a la que nadie prestaba atención; decidí refugiarme en el abrigo de mil mantas sobre mi cama y sentir un calmante calor artificial que aliviaba mis ganas de tiritar.

Las lunas empañadas por el frío, los ojos rojos y tristes y el corazón vacío, aquellos síntomas se habían convertido en los más comunes las últimas semanas. En las mañanas las mismas canciones eran el fondo de todo lo que hacía en el trabajo y hasta aquel género olvidado en mi biblioteca musical se había convertido ahora en uno de mis favoritos.
La costumbre de los fines de semanas de parrandas, tomar hasta quedar inconsciente y pararse siempre en el marco de cualquier puerta a fumar un cigarrillo sólo por tener algo caliente en las manos, había quedado algo enterrada… aquellos copos blancos que enterraban la ansiedad e idiotizaban mis ganas de llorar ahogando los gritos del alma.

Es cierto, por más que traté no pude evitar caer en el mismo círculo de ingenuidad y pesadumbre a la que sé estoy condenada y encadenada de por vida… estrellas medio tímidas, lunas amarillas o blancas, estacionamientos amplios y el calor de su mano cubriendo la mía… noches de vino y whisky, el sofá que arrullaba aquel gato que me reconocía cada vez que llegaba a la casa, su manta favorita y el balcón con aquella mesa larga y fría en la que nos sentábamos a fumar aún muriéndonos de frío y viendo cómo salía niebla de nuestras bocas sin saber si era por el cigarro o el aire helado, las infinitas almohadas alrededor de la cama, nuestros labios jugando y nuestros cuerpos rozándose con cuidado y ansiedad después de días de haber estado lejos pero tan cerca…su mirada de esmeralda, eran mis lunas favoritas cada noche, los besos desesperados y cortantes de aliento, las caricias y las camisetas que siempre me escogía para dormir cómoda, las pocas horas de sueño, las risas y bobadas que decíamos antes de caer dormidos y abrazarnos para poder despertar antes del amanecer… las tazas de café cargado, su odio por la música country y las imitaciones ridículas de cantantes de reggae que me hacían delirar y ahogarme de risa, el cuarto caliente por la calefacción y por nuestro propio calor corporal, las camisas que le escogía y de nuevo el pequeño gato que fisgoneaba en el clóset, las ganas de quedarnos en cama todo el día tomados de la mano escuchando a Billy Joel… después venía la hora de vestirse y chocarse con el aire helado de la mañana recién nacida, el auto y sus lentes de sol que lo hacían ver como alguien de la televisión, su mano en mi muslo y la otra en el timón yendo por el camino que ya me había aprendido, la música que ambos nos sabíamos y era increíblemente genial que tuviéramos los mismos gustos hasta por el atún con galletas y mayonesa, los besos robados cuando el semáforo se ponía en rojo hasta llegar a aquel punto donde siempre me recogía a la noche y me dejaba a la mañana siguiente, el último beso y la sonrisa de ambos contando los minutos para nuestro próximo encuentro.

Sabíamos que cuando empieza algo, el final siempre es más cerca, aunque esta vez de adelantó… fantasmas que nunca desvanecieron en mi cabeza, ideas locas y conclusiones que no podía evitar al no tener explicación alguna. La paciencia, tengo que confesar, no es mi fuerte pero es algo que siempre me florece al estar embobada pero después de muchas semanas sabía que se convertiría en zozobra. Nunca supe porqué, evasiones y pensamientos distorsionados, minutos que nunca pudieron ser concedidos a pesar de las varias veces que fueron pedidos… besos escondidos y actuaciones a gran escala, juegos de riesgos, bromas y sonrisas que no se podían ocultar. Había leído por ahí “con qué facilidad todo se va a la mierda”, me pareció gracioso y curioso por ser tan oportuno, aunque yo diría también con qué facilidad se puede cerrar un libro que no se ha terminado de leer porque lo sientes aburrido o porque no quieres saber el final.

Cual sea la razón, ahora sólo cerraré los ojos y al amanecer iré a buscar el fin del océano con una de aquellas tazas de café en aquel salón que me ha visto fantasear en mi segunda realidad.

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